Ser víctima de malos tratos, que te peguen, que te insulten, que te ignoren sistemáticamente, que te sientas despreciado/a, rechazado, que se burlen de ti, que abusen sexualmente de ti, ser víctima de violencia machista, sufrir acoso en la escuela, etc. es vivir en el terror, en el horror. Pero que en su momento o años después nadie te reconozca como afectado o afectada es tremendamente doloroso, más incluso que la vivencia traumática en sí. Muchas de las personas que me explican sus vivencias en la consulta, se quedan repitiendo con angustia, después de haberme explicado el abuso o el maltrato, que nadie se dio cuenta, que les vieron llorar, pero que no les preguntaron, que les preguntaron pero que no mostraron preocupación, que se lo explicaron pero que se lo negaron o le echaron la culpa, o que no lo dijeron a nadie porque ya sabían que no había oídos que escucharan o nadie para darles voz. Esta vivencia, la ausencia de protección, la ausencia de un otro que reconozca el daño perpetua y aumenta las consecuencias del trauma en sí. Por eso no olvidemos nunca que necesitamos de los otros para sanarnos, somos seres sociales y nos salvamos en comunidad. Una escucha activa, empática, sin juicios y comprensiva en un momento determinado hacia una persona que ha sufrido una situación horrorosa puede marcar la diferencia en la vivencia interna de la persona y en el proceso de curación. Tenlo presente como madre, padre, amigo/a, pareja, compañera/o, profesora/o, hermano/a, etc.
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Psicóloga general sanitaria
Psicoterapeuta individual y familiar
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